Por Xochitl Leyva Solano1)
Lo que hoy vivimos en el planeta Tierra ha sido llamado de diferentes formas “IV Guerra Mundial”, “lento, silencioso y letal holocausto social”, “crisis sistémica”, “crisis mundial del capitalismo”, “policrisis”,“crisis de la civilización occidental capitalista (hetero)patriarcal”, “crisis del patrón civilizatorio hegemónico”. Todas estas conceptualizaciones coinciden en que la crisis que estamos viviendo es global y sistémica.
Para varios analistas se trata de una crisis multifacética que es simultáneamente medioambiental, energética, alimentaria, migratoria, bélica, finaciera. Otros señalan que se manifiesta como crisis política en una triple dimensión: crisis de la hegemonía del imperialismo, de la legitimidad del Estado moderno y de la democracia liberal representativa, así como crisis cultural y ética en cuanto crisis de valores, de proyectos de vida, de formas de identidad y de subjetividades dominantes. Otros hacen especial énfasis en la crisis de las estructuras y de las formas dominantes de conocimiento y es aquí donde quiero deternerme para pensar las alternativas que se han ido gestando en medio de las crisis y las guerras, de las insurgencias y las contrainsurgencias desde el último cuarto del siglo XX.
El sentido terminal de las crisis ha cobrado fuerza con la pandemia del virus SARS-CoV-2 y los efectos planetarios del so-called “cambio climático”. A la vez, dicho sentido, nos ha abierto la posibilidad de revalorar las prácticas otras de conocimientos de aquellos que hunden sus raíces más allá de la racionalidad moderna occidental. Me refiero a revalorar los aportes ontológicos, políticos, epistémicos, éticos, teóricos, de vida, de aquellos que han dado sustento a rebeliones, resistencias, patrones de movilización insurreccional, así como de colectivos y movimientos antisistémicos, antipatriarcales, antirracistas, antiimperialistas insurgidos en diferentes momentos y partes del planeta Tierra.
En 2008, en colectivo y en red, empezamos a explorar a fondo la dimensión ontoepistémica y teóricapolítica de esos movimientos. Los encabezados del periódico español El País resumían el palpitar del momento: “El pánico hunde las bolsas. Wall Street y el resto de mercados cierran la semana con caídas superiores a las sufridas en las crisis de 1929 y 1987”.2)
Al principio el vínculo entre prácticas otras de conocimientos, crisis y guerras no era tan claro, pero conforme iban pasado los años, la relación se fue haciendo más y más evidente en la medida en que las crisis –así en plural– se agudizaban y nos interpelaban de diferentes formas en nuestros espacios académicos y universitarios, a la vez que el capitalismo patriarcal salvaje y su concomitante colonialidad arremetían con más fuerza contra los y las sujetxs con los y las que trabajábamos o de los que éramos y somos parte orgánica.
Muchos de esos patrones de movilización insurreccional remiten sus reclamos a tiempos coloniales como sucede, por ejemplo, en América Latina, pero se refuerzan y avivan, sobre todo, en la década de 1990, cuando los pueblos de Latinoamérica empezaron a conformar articulaciones continentales. Pienso, por ejemplo, en la Campaña de 500 años de Resistencia Indígena, Negra y Popular.
A partir de ese momento, dichas organizaciones y movimientos se expresaron masivamente, practicaron la desobediencia civil e incluso, como sucedió en Chiapas (México), se levantaron en armas con un modo muy propio. Me refiero a los zapatistas quienes no abogaron por la toma del poder sino, simplemente, por cambiar el mundo “capitalista machista patriarcal”, como le llamaron, en 2018, las mujeres zapatistas. Todo ello sucedió al mismo tiempo que en América Latina se daba una reforma estructural capitalista neoliberal y del Estado, así como un recambio institucional.
Mi y nuestro acercamiento a las luchas políticas de los pueblos originarios y afrodescendientes no era nuevo, sino que ahora se daba desde una dimensión que ellos mismos estaban poniendo en el centro: la impugnación de la forma y el sentido del saber/poder dominante. En nuestra jerga académica podríamos decir que se trataba de una arista ontoepistémica teóricapolítica a la que llamé prácticas otras de conocimientos (todo pluralizado)3). Para parir esa forma de nombrarlas tejí tradiciones intelectuales orgánicas, académicas y feministas.
En América Latina las prácticas otras de conocimientos crecían y se fortalecía conforme avanzaban comunidades, organizaciones y movimientos indígenas y afrodiaspóricos en sus acciones de autodefensa de su territorio y vida; conforme florecían sus autonomías de facto y sin permiso; su video-auto-representación en rechazo a la hetero-representación; su comunicación comunitaria articulada en lo continental; la construcción de escuelas, currícula, universidades indígenas, universidades de la Tierra y pluriversidades que buscaban, todas ellas, responder a sus necesidades, urgencias y modos de vida propios.
En la insurrección de prácticas otras de conocimientos han jugado un papel central las mujeres indígenas en resistencia, los maestros campesinos nombrados desde las propias comunidades, las y los jóvenes indígenas artivistas urbanos, las y los comunicadores comunitarios y las y los indígenas académicxs universitarixs que se han atrevido a retar lo naturalizado. Es importante agregar que similares luchas ontoepistémico teóricopolíticas están siendo libradas en muchas otras partes del mundo por militantes, activistas y feministas de colectivos, organizaciones, movimientos y redes antipatriarcales, antirracistas, anticapitalistas y antiimperialistas.
Las insurrecciones de saberes subyugados que conllevan estos nuevos patrones de movilización están, de mil formas diferentes, agrietando el patrón dominante de saber/poder. Pero, a diferencia de autores clásicos como Foucault quien acuñó el concepto de “insurrección de saberes subyugados”, yosotras estábamos indagando en lo que sucedía afuera de las Ciencias Sociales y la Academia.
Para muchos colegas la insurrección de prácticas otras de conocimientos se reducían a lo aportado por los estudios poscoloniales y subalternos, para otras a las epistemologías feministas, para otros remitía a la investigación-acción participativa, a la antropología colaborativa o a la antropología militante. Todas ellas, sin duda, son aportes reales e importantes, pero son solo una parte de un menú muchísimo más amplio que no se reduce a lo reconocido por la Academia (así con mayúscula y en singular). Por mi caminar por décadas en diferentes territorios en resistencia sabía que había más, mucho más, así que por siete años me dediqué -junto con un puñado de miembros de la Red Trasnacional Otros Saberes (RETOS)- a localizar, visibilizar y tejer lo más que pudimos.
En este periodical no puedo abordar a detalle mí y nuestros “descubrimientos”. Ellos nos condujeron a armar tres volúmenes con 1500 páginas y 52 autores4), pero para explicitar mejor mi argumento sobre la forma que toman las alter-nativas ontoepistémicas teóricopolíticas me tejeré con los zapatistas en medio de las crisis y las guerras.
Empiezo con un fragmento de nuestro desaprender de la mano de las, los, loas zapatistas, que nos llevó a cuestionar nuestra noción eurocentrada de guerra. Concepto que aprendemos teóricamente en la universidad y que está cimentado en la forma indoeuropea de nombrar; proviene del alto alemán antiguo werra = desorden, pelea. De entonces a la fecha han pasado siglos, sin embargo, podemos decir que hoy es parte de la episteme dominante concebir la Guerra (así en singular y con mayúscula) como un combate (armado o no) entre Estados nación. Pero ¿qué pasa cuando los pueblos le declaran la guerra a un gobierno y a su ejército? ¿Qué pasa cuando las mujeres y los pueblos en resistencia la experimentan en su propio territorio, cuerpo, tierra? ¿Cuándo al mismo tiempo crean autonomía de facto y sin permiso? ¿Cómo impacta todo ello a los templos académicos de saber/poder?
Primero hay que señalar que el caminar zapatista post-1994 se ha dado en medio de una “rotación”, un “viraje”, no solo del papel y la función del cuerpo femenino o feminizado en las guerras, sino del propio modelo bélico en general, a lo que Rita Segato (2016)5) llamó las nuevas formas de la guerra. En ellas,
Algo más he aprendido caminando y escuchando a las mujeres y otroas zapatistas y a todas las mujeres y cuerpas diversas que luchan, es a pensar y actuar en el marco de las guerras
[…] la dominación y la rapiña sexual ya no son, como fueron anteriormente, complementos de la guerra, daños colaterales, sino que [pasan] a ocupar una posición central como arma de guerra productora de crueldad y letalidad, dentro de una forma de daño que es simultáneamente material y moral (ibid..: 59).
Ese daño funciona como una pedagogía de la crueldad (ibid..: 79) y está expresado en mil formas de violencias hacia las mujeres, las cuerpas diversas, la Madre Tierra y los pueblos.
Algo más he aprendido caminando y escuchando a las mujeres y otroas zapatistas y a todas las mujeres y cuerpas diversas que luchan, es a pensar y actuar en el marco de las guerras (así en plural y en femenino). No se trata de un simple giro semántico, por el contrario, implicó moverme del masculinismo abstracto, del logocentrismo, del androcentrismo y abrirme a sentipensar las otras guerras en curso: guerras epistémico-teóricopo-líticas, guerras energético-espirituales, guerras intrafamiliares, guerras intrafeminismos, guerras intraizquierdas, guerras cibernéticas, guerras de cifras, guerras mediáticas, etcétera.
Pluralizar la noción dominante eurocentrada de “la Guerra” fue todo un proceso que empezó para mí en 1994. No niego los aportes hechos por los autores legitimados por la Academia, pero al poner en el centro la epistemología, la teoría y la práctica de los zapatistas y tejerlo con los feminismos racializados y desde los márgenes, pude y pudimos pensar y actuar en plural y en femenino. Solo referiré a los primeros años de ese caminar dados entre 1994 y 1997.
En 1997 el hijo de Castilla la Mancha, el sociólogo Manuel Castells enfatizó que el movimiento zapatista para difundir su mensaje al mundo requirió tanto de la Internet como de lo que él llamó “una red mundial de grupos de solidaridad”. Ya para entonces las nuevas tecnologías de la comunicación jugaban un papel central como infraestructura organizativa del movimiento zapatista, junto con el principio de autenticidad de su propia identidad basada en su especificidad cultural y el deseo de controlar su propio destino.6)
Las ideas de Castells no se quedaron recluidas en la Academia, sino que fueron retomadas por investigadores parte de los llamados think thanks que trabajaban para el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Dichos analistas buscaban entender cómo y por qué un movimiento “local” tenía repercusiones globales y pusieron esos conocimientos al servicio del Pentágono. En ese marco acuñaron el concepto de guerra de redes y, en particular, de guerra de redes sociales zapatistas.7) Desde un ángulo, podemos decir que el zapatismo estaba contribuyendo a hacer surgir otras formas de entender los conflictos en el nuevo orden global. Desde otro, no podemos dejar de mencionar que los referidos analistas se movían en un campo peligroso que entretejía el servicio de inteligencia, lo militar y lo académico para orientar el actuar político y militar del gobierno mexicano y del imperio estadounidense en lo que dieron en llamar “el conflicto en Chiapas”.
[…] lo era el EZLN produjera también su propia teoría y que esta se expandiera ipso facto por las venas de todo el mundo […]
No resulta entonces casual que el gobierno mexicano implementó una estrategia de contrainsurgencia en sus facetas de guerra de baja intensidad y de contraguerra a la guerra de redes desde una perspectiva de seguridad nacional subordinada a la doctrina de seguridad nacional estadounidense. Ello puso (y ha puesto) al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y a sus solidarixs, hermanadxs y simpatizantes en el centro de la mira del ataque social, político, psicológico y militar por parte de las fuerzas gubernamentales, militares y paramilitares.
Los think thanks, los militares, los gobiernos, los políticos, los académicos, todos tenían sus teorías y actuaban conforme a ellas, pero algo a lo que ni el mundo ni la Academia dominante estaban acostumbrados era a que un movimiento campesino indígena político-militar como lo era el EZLN produjera también su propia teoría y que esta se expandiera ipso facto por las venas de todo el mundo traducida a una decena de lenguas.
En el mismo 1997 en que Castells publicó su libro, el zapatismo llevó a cabo uno de los análisis más agudos y completos de la situación mundial, dando así muestra de un pensamiento prefigurativo en cuanto que se adelantaba a su tiempo y a los acontecimientos por venir. Lo que entonces el Subcomandante Insurgente Marcos planteó, hoy en 2023, es común escucharlo en los espacios de pensamiento crítico radical, pero en aquel momento ningún partido o movimiento de izquierda mexicano ni latinoamericano tenía una lectura similar. Y mucho menos una que fuera acompañada de la creación colectiva, desde abajo y a la izquierda, de municipios rebeldes que, desde finales de 1994, empezaron a construir autonomía de facto, retaron al federalismo mexicano, contrarrestaron sociopolíticamente la ocupación militar y paramilitar de Chiapas y dislocaron el principio de máxima ganancia de la economía neoliberal.
El zapatismo, en aquel 1997, afirmó que “la globalización moderna”, “el neoliberalismo”, debería entenderse, antes que nada, como una nueva guerra de conquista de personas, de territorios, de Estados-nación, a la que llamó IV Guerra Mundial, asumiendo como III Guerra Mundial a la Guerra Fría. A la IV la describió como “la peor y más cruel”, pues estaba siendo librada “en todas partes y por todos los medios en contra de la humanidad” (subrayado mío).
El Subcomandante Insurgente Marcos identificó el modus operandi de la IV Guerra Mundial: por un lado, destrucción/despoblamiento y, por el otro, reconstrucción/reordenamiento. A la vez que advertía que había muchas más, postulaba siete piezas del “rompecabezas neoliberal”:
Una […] la doble acumulación, de riqueza y de pobreza, en los dos polos de la sociedad mundial. La otra […] la explotación total de la totalidad del mundo. La tercera […] la pesadilla de una parte errante de la humanidad. La cuarta […] la nauseabunda relación entre crimen y Poder. La quinta […] la violencia del Estado. La sexta […] el misterio de la megapolítica. La [séptima,] la multiforme bolsa de resistencia de la humanidad contra el neoliberalismo. 8)
Las prácticas otras de conocimientos zapatistas nos llevan a reconocer -a todos los niveles-, los derechos colectivos epistémicos, así como la soberanía y la autonomía epistémica de los pueblos en resistencia y re-existencia. Ellas han sido creadas fuera de las aulas académicas, son fruto de la lucha colectiva anticapitalista y contra el machismo y el patriarcado.
Se trataba de concepciones teórico político prácticas que se mueven desde los territorios indígenas, afrodescendientes, populares e impactaban las formas de hacer y conceptualizar de los universitarios, los activistas, los políticos y los académicos.
Dichas prácticas otras eran y son parte de los procesos de reconstitución, resiliencia, resistencia y re-existencia de esos pueblos. Descentran y retan al sistema académico dominante orillándolo a la búsqueda de nuevas metodologías, epistemologías, ontologías y teorías.
Se trata de insurrecciones que son parte activa y prolija en la producción, construcción y creación de conocimientos otros: alter, anti, pluri, trans. Los cuales son clave en la construcción en curso de los otros mundos posibles aquí y ahora. Pero también vale decir que coexisten con prácticas de conocimiento (así en singular) sistémicas que sirven para seguir reproduciendo las pasadas y actuales formas dominantes de saber/poder.